Por Enrique Zamudio
Fotos Peregrinos de la Diócesis de Querétaro
El amanecer se abrió paso entre las nubes como una bendición sobre la sierra. El sol, oculto tras la neblina matutina, iluminó el camino serpenteante donde cientos de hombres caminaron con devoción, en oración, en comunión.
En la quinta jornada de la 135ª Peregrinación Varonil de Querétaro al Tepeyac, y el trayecto de Ahuacatlán de Guadalupe a Pinal de Amoles se convirtió en un canto de fe entre barrancas y verdor.
La carretera húmeda y encajonada entre montes recibió a la columna guadalupana como en un ritual ancestral. A primera hora del día, los peregrinos participaron en la Ceremonia Eucarística en Escanelilla.
Entre los sombreros, las cruces, los estandartes que ondeaban con orgullo, se escuchaban rezos, cantos y pasos. La Virgen de Guadalupe, tejida en tela, pintada en banners o sostenida en cruceros de madera, era guía y faro entre el paisaje serrano.
Tancoyol, Landa, Tilaco, y decenas de comunidades de la Sierra Gorda están presentes. Los grupos avanzaron en bloques bien organizados, luciendo medallas al pecho, chalecos de seguridad, credenciales colgadas al cuello. Cada rostro, una historia; cada mirada, una promesa.
Las familias pinalenses a saludar, a dar ánimos, a ofrecer un vaso de agua, alguna fruta. La verde montaña testigo del andar sereno de estos hombres guadalupanos que llevan consigo las peticiones de sus familias, las penas y las esperanzas.
Las montañas, testigos mudos, parecen inclinarse en reverencia ante una peregrinación que se ha vuelto herencia.Padres llevaban a sus hijos pequeños en hombros. Abuelos caminaban al ritmo del silencio.
Hoy, al culminar su paso por Pinal de Amoles, la columna guadalupana se despide de la Sierra Gorda para adentrarse al Semidesierto. El paisaje cambiará, pero no el espíritu. La marcha sigue. La fe también.