La tensión del viernes previo a la final de Copa, las declaraciones de los árbitros, la renuncia del Madrid a presentarse en el entrenamiento y en la rueda de prensa, las llamadas de Louzán y las dudas del conjunto blanco sobre si jugar o no el encuentro desembocaron en el minuto 95 y en el 120 de la final entre los blancos y el Barcelona. Así de caprichoso es el destino. Apareció el VAR, hubo tres expulsiones y una locura en la que pocos saben muy bien qué pasó.

Raphinha cayó ante Asencio y De Burgos Bengoetxea señaló el penalti que decidía el título. Júbilo en la grada culé y desánimo en la madridista, aunque duró unos segundos. Cuando Davide Ancelotti y Francesco Mauri vieron repetida la acción, saltaron del banquillo a protestar al cuarto árbitro. Con ellos, todos los suplentes, Ancelotti y los jugadores de campo.

A los dos minutos, el colegiado revisó la jugada en el VAR y anuló el castigo llevando el partido a la prórroga. La grada culé cantó «Florentino, ¡hijo de puta!» mientras del Madrid, que había repetido durante todo el duelo el «¡Corrupción en la Federación!» celebró la decisión como si fuera una victoria.

Mientras, en la banda, Ancelotti lo celebraba con la mirada baja, reflexionando, pensativo. Había visto el partido perdido, su equipo había reaccionado, le había dado la vuelta acercándose a un título que era oxígeno para su etapa en el banquillo, estuvo a punto de caer en el 95 y terminó hundido en el final de la prórroga, con las manos en los bolsillos, paseando por el césped y separando a sus jugadores del colegiado. Rüdiger, fuera de sí después de que De Burgos pitara una falta de Mbappé en el último minuto, le lanzó un objeto pequeño desde el banquillo y terminó expulsado. Igual que Lucas Vázquez, que entró al campo a protestar, y que Bellingham, que vio la roja tras el pitido final por encararse con el árbitro.

“No quiero hablar del árbitro. Cero reproches a mi equipo”, dijo Ancelotti, que no quiso valorar su futuro en el banquillo. “Puedo seguir, puedo parar… Será un tema para las próximas semanas”, aseguró.

Antes, cuando Tchouaméni anotó el 1-2 que completaba por un instante la remontada, también había caminado sobre el área técnica mientras su cuerpo técnico y los suplentes acudían a la celebración del centrocampista francés. Lo que pensara en ese momento sólo lo sabe el italiano, pero es bastante probable que por su mente pasaran estos últimos días tan duros, los rumores sobre su salida y algún pasaje del Doctor Jekyll y Mr Hyde, las dos personalidades de una misma persona. Así fue su Madrid en La Cartuja y así ha sido su Madrid durante este curso complicado.

En la media hora que tardó en darle la vuelta a la final, el Madrid fue intenso y generoso en la presión, asedió al Barça desde el primer pase, provocó pérdidas e inclinó el partido hacia la portería de Szczsny. Un equipo completamente distinto al de la primera parte, triste, lento y sin tirar a puerta.

En los primeros 45 minutos el Barça le superó en duelos ganados, en tiros a puerta, en toques en el área… Incluso en faltas. Pero tras el descanso todo cambió. Retiró a Rodrygo, transparente durante el inicio, y dio entrada a Mbappé, suplente porque no parecía estar para jugar desde el principio. Las palabras del italiano en el vestuario funcionaron como pocas veces esta temporada. Volvió la actitud y el compromiso y su plantilla tuvo hambre de nuevo.

En los corrillos de las prórrogas, con Carvajal arengando a sus compañeros y a la grada, el italiano lideró las charlas mientras sus jugadores se abrazaban a su alrededor. Algo poético porque su futuro dependía del título. Cayó el Madrid y cayó Ancelotti.