La vía de las letras es como esa canción de los Beatles “The Long and Winding Road” (el largo y sinuoso camino). No sé bien si asistir a la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara para presentar un libro sea el sueño de todo escritor, sin embargo, es importante participar y eso no está a discusión.
Las circunstancias que nos tocó vivir el 26 de noviembre, me han hecho pensar. Después de cinco horas de viaje no esperábamos que al llegar habría una manifestación, cuya disolución aparentemente requería el uso de granaderos. Un breve contingente de escritores queretanos independientes de frente a los granaderos, con nuestros libros en las maletas, sin poder acceder, tratando de no ser aplastados por la gente huyendo al riguroso ritmo de “fuera Padilla, fuera Padilla”. Cuando Isabel Gamma dijo: “somos escritoras, venimos desde Querétaro a presentar nuestros libros”, los manifestantes nos aconsejaron decir eso hasta llegar a la puerta seis, y así lo hicimos. Procurando a la más pequeña del contingente: la hija de seis años de la escritora Rebeca Mendoza.
Todo tiene un precio, incluso por aquello que no se quiere vender, o eso he escuchado. El primero es dinero, el valor de lo que no se quiere vender, no lo alcanza un precio. El escritor, todos, ahí no hay distinción entre el independiente o aquel que cuenta con el respaldo de una gran editorial, le roba tiempo al trabajo, al sueño, a la vida, para su obra, muchas requieren años de reescrituras hasta lograrse. Con esto no digo que presentar en la FIL sea el motivo, desde luego que no, pero sí o sí, ese esfuerzo está detrás de cada obra literaria, vea la luz de la publicación o no.
A los escritores independientes, un libro impreso o digital ya nos costó el papel, la tinta, corrección de estilo, por mencionar algo del proceso que se lleva a cabo para publicar. El escritor independiente, además, mucho, poco o casi nada, tuvimos que hacer gestión para que se acepte nuestro libro en librerías locales y mínimo venderlo para recuperar, este y un sinfín de otras circunstancias extras que en este momento no nos ocupan, pero se plantean por una razón: cuánto vale presentar ese trozo de nuestra vida en una de las ferias del libro más importantes a nivel mundial a sabiendas de que no recuperamos costos, que no nos hace famosos estar en la FIL, que tuvimos por mínimo que registrarnos para poder estar, porque Secretaría de Cultura y el Consejo Literario Queretano ya nos apoyaron para estar ahí. ¿Qué precio tiene un libro, qué valor el evento en sí? Logramos entrar sin lesiones, pagamos 25 pesos, con el susto encima y nuestros libros por delante.
La FIL no solo fue un foro, en ese momento fue albergue, escenario, meta, escondite, casa, guarida. Perderme en los pasillos, saber que en esa inmensidad es azaroso el hallazgo de un libro. Al fin, ¿qué es? el sueño, el valor de la anécdota contra el breve espacio para presentar mi libro, hacer amistad con la gente del stand, mirar a los escritores de Querétaro hacer su magia, vivir casi ocho horas promoviendo a #losescritoresdeldesvelo y haciendo lo que me gusta en Guadalajara. Eso vale el susto, las diez horas de viaje y el recuerdo que guardaré para el anecdotario cuando El Desvelo Café y Libros sea un lugar de encuentro y años más tarde podamos sentarnos a beber michi café y acordarnos de ese día como una cresta de ola del sinuoso camino de la escritura.